domingo, 27 de febrero de 2011

Temor, Valores

“Las olas retumbaban en desfiladeros y barrancos a todo lo largo de la carretera que serpentea toda la costa hasta su destino final.
Era un día normal, tal vez de semana, tal vez fin de semana. Lo seguro es que era uno de esos días en que se aprovecha el mínimo tiempo libre para tomar el sol, salir de rutina, y como dicen por ahí: ver y dejarse ver – palabras robadas.  En fin, uno de esos días en que se cree que todo es perfecto, cuando todo está pautado –incluso el escape por la costa, y esa zona de confort que representa esa rutina de la que se pretende escapar es casi una burbuja impenetrable.
Aquel par seguía su camino que conduce desde el último poblado hasta la playa preferida por cuarenta y cinco minutos. Las conversaciones? ... las usuales, aunque para ellos fueran nuevos temas. Lo importante era dejar transcurrir el tiempo, solo dejarlo pasar, como pasan sus rutinas, como pasaban sus vidas – la burbuja.
El día había sido “grandioso”. Dígase grandioso… bueno, no excesivamente soleado, sin tráfico, playas poco concurridas.
Lo más preciado del camino era aquella carretera por toda la costa, no por la carretera misma, sino por la ausencia de gente, la ausencia de bullicio, la ausencia de tráfico, la ausencia de semáforos, en ocasiones la ausencia de sí mismo, la abstracción incluso del ser mismo desde la zona de confort. Otra excusa más para dejar el tiempo pasar.
El regreso prometía. Concluida la visita, se acercaba el momento de repetir aquel bello paisaje. Toda la falda de la montaña desciende, en ocasiones vertiginosamente, a su izquierda y la inmensidad del mar azul –seguro estas son aún más robadas.
En el futuro inmediato, en la proximidad, a sus espaldas, como una sorpresa, para ellos un salto en la continuidad de los eventos, donde se termina la diferenciabilidad, algo invade su burbuja. Una escena con sangre. A la orilla de la carretera solo se llega a distinguir una motocicleta casi cual arrojada. Unos metros adelante se ven otras dos tal como ellos suponen que deben dejarse estos equipos, y un individuo, un joven, un desesperado, que detiene a los dos protagonistas hasta estas líneas. En un intento de hacer lo imposible consigue su cometido y se acerca a la ventanilla. De su boca salen doscientas palabras, pero ninguna parecen ser entendibles aunque todas ellas en claro español.
El joven que conduce lleno de temor por la escena, lleno  de desconfianza, lleno de continuidad cotidiana piensa en trampa, emboscada, engaño. No se detiene. Lucha por el control del volante con el joven que llegó asomarse a través de su ventanilla – nunca había sido invadida su zona de confort tan literalmente. Logra vencer y deja la traumática escena.
Entre nervios y silencio, transcurren los minutos. Los agradables temas que animan el paso del tiempo no surgen, el paisaje maravilloso que anima el paso tiempo no llama la atención, el aliciente del atardecer que tanto tiempo roba tampoco rompe el silencio.
Como queriendo limpiar conciencia, como queriendo limpiar recuerdos, se detienen, y limpian algunas manchas de sangre sobre la carrocería. Nuevamente en silencio pasan algunos minutos detenidos. Y surgen las primeras palabras: no sabemos si era una trampa, este mundo está lleno de “vivos”; ¿qué podíamos hacer? El otro responde con cierta duda, pero asiente, afirma: es cierto.
No habían transcurrido ni uno de los cuarenta y cinco minutos, y otro conductor era escoltado por aquellas motocicletas. Llevaba a la persona herida. Se veía determinación y resolución.
Las teorías basadas en la desconfianza se derrumban, se desmoronan. La breve conversación se va con la brisa que desciende del desfiladero. Nuevamente silencio….”

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