martes, 27 de septiembre de 2011

Naturaleza del Hombre (III)

En mi búsqueda por descifrar el comportamiento del ser humano y las razones de tanta desfachatez, egoísmo y pérdida de valores, conseguí un artículo escrito por Emeterio Gómez para el periódico El Universal de Venezuela del último domingo de Septiembre. Interesantísimo y sin ningún desperdicio. (Lamento no poder darles total detalle de Emeterio Gómez. Realmente no lo conozco, pero escudriñando conseguí un blog donde se expresa con bastante asiduidad: http://emeteriogomez.wordpress.com/ Creo que a partir de ahora será parte de mis referencias, lecturas y fuentes).

El Mal o el drama de la libertad


Hay un libro que con reservas recomiendo a mis lectores. Se llama como este artículo, la Editorial es Tusquets y el autor Rüdiger Safranski. Digo que lo recomiendo con temor, porque su lectura -como la filosofía en general- no es fácil. Vale la pena, sin embargo, hacer el esfuerzo.

En su capítulo 8, Safranski comenta la gran ilusión de Kant (en La paz perpetua de 1795) acerca de las posibilidades del ser humano de eliminar las guerras, ¡¡el mal por excelencia!! "La humanidad siempre había soñado con la paz, mas por primera vez, dice Kant, el tiempo está maduro para realizar los presupuestos políticos de una paz duradera" (Ob. Cit. pág. 119). Palabras, profundamente tristes porque vienen de uno de los pensadores más grandes de toda la historia. Para acercarse un poquito a la comprensión de Lo Humano, nada más útil ¡¡y doloroso!!, que recalcar la profunda ingenuidad de Kant. A finales del siglo XVIII, él creyó que empezaban a estar dadas las condiciones para la eliminación de las guerras. ¿Qué habría pensado o sentido este Genio, si hubiese podido asomarse siquiera a las dos "matanzas mundiales" del siglo XX?

Porque la vía más contundente para captar la profundidad que el Mal tiene en el alma humana, es decir, el reto más sólido a la Noción de Dios (o sea, al Bien), es la manera pueril con la que Occidente se ilusionó con la posibilidad de que el Pensamiento Racional pudiese erradicar El Mal de la faz de la tierra. Leamos un trocito más de Safranski: "La fe en la universalidad de la Razón constituye el núcleo de la argumentación kantiana... La Razón supera las fronteras; el individuo que estima su razón y la escucha, con ello descubre y estima a la vez a la humanidad en él... La Razón convierte al hombre en ciudadano del mundo ¡¡es el camino directo del yo al nosotros!! A la luz de la Razón se disuelve el mundo -potencialmente enemigo- de los otros" (Ob. Cit. pág. 123. Las admiraciones son mías).

Pero, más allá de toda la ilusión ingenua que la Razón le generó a Kant, el siglo XVIII empezó a asomarse al otro gran problema, el de la Libertad, el de la nefasta condición absoluta de la Libertad Individual: "El hombre es tan libre que puede ir incluso contra su propio interés" (dice Safranski, pág. 165, como para caldear el ambiente). Más allá de toda su racionalidad, el hombre -el Marqués de Sade y el siglo XIX- descubren que la Libertad Individual no tiene límites. Kant, por el contrario, se aferra a creer que sí, que la Razón puede imponerle a la Libertad la Ley Moral... y fracasa estruendosamente... y con él la Humanidad. El siglo XIX y sobre todo el XX lo estaban acechando (a Kant) para pulverizarle toda su Filosofía... ¡¡y toda la Filosofía!! No sin que antes el bobo de Hegel hiciera el último esfuerzo para conciliar la Razón y la Libertad.

Hoy, consumadas ya las dos guerras mundiales y con el planeta al borde de una hecatombe nuclear, de la anarquía, el terrorismo, el narcotráfico, Irán, la debacle económica, la torta de Obama y el infantilismo de Chávez; hoy empieza a parecer evidente que la fuerza moral que se requiere ¡¡para "meter en cintura" a la Libertad, para no hacer estrictamente lo que nos dé la gana!!, es mucho mayor que la que la Razón tiene. Hoy pareciera que se requiere una fuerza espiritual infinita para contener la propensión, también infinita, al Mal, omnipresente en el Espíritu Humano. Una fuerza que usted, amigo lector, puede intuir en su propio Espíritu, pero que es plenamente inescrutable, misteriosa e inefable. ¿Le recuerda todo ello alguna otra noción? ¿La de Dios tal vez?

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