Cuántas ocasiones nuestras mamas, nuestras nanas, nuestras familias, nos comparan, o nos ponen de ejemplo al bueno de Pedrito o Claudita.
Cuántas ocasiones vemos aquel señor que vive en el edificio antes de llegar a la esquina que se para a las 5:30 am para trabajar, día tras día, como si un programa instalado en el cerebelo le inyectara tal tesón.
Cuántas veces vemos aquella pareja joven, aquellos que recientemente se han dicho sí, pujando, apoyándose.
Cuántas veces vemos al del kiosco, al de la panadería, etc.
Todas estas imágenes me vinieron el domingo durante la homilía de la eucaristía. El sacerdote hablaba de sembrar dentro de nuestra comunidad todos los mejores valores, sólo cumpliendo, sólo bien-siendo, sólo formando comunidad, sólo siendo padre, sólo siendo madre, sólo siendo hijo, ya que ese ejemplo es contagioso. Se comparaba esto con la levadura que no se ve pero que se vierte en la masa y la hace crecer.
(Mateo 13,24-43).
Y concluyó con una comparación maravillosa, con una anécdota de San Francisco de Asís que quise compartir y que tal vez sea más concluyente y ilustrativa que todo mi palabrero:
Un día San Francisco de Asís invitó al Hermano León a predicar. Salieron del convento, recorrieron la plaza del pueblo y luego regresaron al convento. Entonces el fraile preguntó a Francisco:
"¿A qué hora vamos a predicar? Aún no hemos hablado"
Francisco le respondió:
. "Ya lo hicimos; ya hemos predicado".
"Pero si no hemos dicho nada!", repuso el Hermano León.
Entonces Francisco le aclaró:
"Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya se quedaron pensando en Él. Ya les predicamos con nuestro ejemplo, pues un hombre que está lleno de Dios, lo comunica a todos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario