Habíamos desarrollado, hace algunas semanas, los tres primeros artículos de una secuencia, Cinco Razones para Creer en Dios, que interrumpimos por la presión de temas un poco más urgentes. Retomemos entonces aquella secuencia, reforcemos aquellas primeras tres razones, que a continuación resumimos muy apretadamente: 1) La Hiperinfinitud del Universo en cuanto al Espacio atañe; 2) Ídem, en cuanto al Tiempo atañe; y, finalmente 3) la Hiperinfinitud del Espíritu. La cuarta es la posibilidad cierta de imponerle valores morales a nuestro Espíritu. Porque no es, como tendemos a pensar o como se nos ha hecho creer, que "tenemos" valores, casi de la misma forma que decimos que "tenemos un hígado o una vesícula". Ni es tampoco que esos Valores, desde una instancia externa a nosotros -la Religión, las Iglesias, la Cultura, la Sociedad o la Tradición- se nos imponen. Nuestra Dimensión Ética no "está" en absolutamente ninguna parte, la Creamos nosotros cuando decidimos imponernos esos valores. Tampoco es que "nos nace" respetar a los demás, ser honestos, piadosos o solidarios, como si nosotros fuésemos un terreno fértil en el que "nacen" cosas.
El Espíritu -como Expresión de Dios- es más bien un ente radicalmente misterioso, absolutamente inefable, en el que nosotros podemos Crear y depositar el Bien, la Piedad o la Honestidad. Porque a diferencia del cuerpo, en el que todo está dado, en el Alma no hay de antemano ninguna realidad. Nada más disímil de nuestro Cuerpo que nuestro Espíritu. Nada más ingenuo que creer que nuestros Valores nos vienen "De lo más profundo de nuestro Ser". O que la Ética se ubica en la "Naturaleza más insondable de dicho Ser". En el Cuerpo hay órganos, vísceras, glándulas y lóbulos cerebrales... en el Espíritu, en cambio, no hay absolutamente nada. Él es, única y exclusivamente, "Una Pura Posibilidad de Ser". De allí, dicho sea de paso, uno de los errores más graves y desorientadores, que afectan las raíces más hondas de la Filosofía y de la Civilización Occidental: la pretensión de aplicarle al Espíritu o al Alma, las mismas Categorías, los mismos Conceptos y la misma Lógica que le aplicamos a la comprensión del Cuerpo. Y hablamos entonces del "Ser" Humano, con la misma "Naturalidad" que hablamos del Ser de un alacrán, una selva o un bombillo.
Es la Creencia, tan profunda como lamentable, según la cual el Espíritu tiene una "Manera de Ser" definida ¡¡y cognoscible!! O, peor aún, es la Creencia según la cual es deseable y superior el tener una personalidad definida y predecible... ¡¡para que todo el mundo sepa a qué atenerse con nosotros!! Cuando lo realmente fascinante es que podemos vivir de manera permanente luchando para imponerle a nuestro Espíritu esos sentimientos nobles y hermosos que le dan a la vida un nivel superior. Esa condición maravillosa ¡¡que no tiene absolutamente nada que ver con la Naturaleza!! Que no tiene ningún Ser, sino que puede "ser" -dentro de ciertos límites- lo que se proponga ser. Esa posibilidad de superarnos, de elevar nuestros sentimientos más nobles, de llegar a sentir que de verdad podemos Amar al Prójimo, que este sentimiento no es nada natural, sino que es, precisamente, la manifestación más contunden- te de la Noción de Dios. El descubrir que Éste tampoco es ninguna entidad sobrenatural en la que tengamos que creer a ciegas, o "para poder salvarnos", sino que Él es una realidad tan palpable como una montaña o un camino. Que Dios es, simplemente, la posibilidad de sentirnos Uno con la Hiperinfinitud del Universo, tanto en el espacio como en el tiempo.
Emeterio Gómez - El Universal - 28/07/2013
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